domingo, 12 de mayo de 2013

Faustina intenta recordar quién es Franco

Faustina siempre se pregunta por qué la llaman cuando está manejando. Le ofrecen volver a trabajar en una institución pública vinculada a los derechos humanos en la que dictó unos cursos hace algunos años. Le gusta la idea. Se trata de un museo y esos espacios siempre la ubican como en otro mundo. Va a trabajar con adolescentes, va a mezclar el arte con los derechos humanos. Dice que si aunque siempre tiene la sensación, cuando le ofrecen un trabajo nuevo, de que se esta metiendo en líos. Es algo incomprensible, el trabajo es la cosa más natural que existe pero para una escritora parece tratarse siempre de una impostación, de inventarse una identidad falsa, de convertirse en una espía que acepta un caso que estaba fuera de sus planes.

Va a una jornada de críticos e investigadores. Se encuentra con ex compañeros, gente que le cae bien, con la que entra en una especie de bálsamo. Se entera del doctorado de un amigo de la universidad de Córdoba, intercambia opiniones sobre teatro.

Expone y se da cuenta que es la única que arriesga algo, una mirada un poco más lanzada, creativa, los demás van a lo metodológico, a la definición, a tratar de delimitar áreas. Es por las becas de investigación, aclara el coordinador de la mesa como si leyera sus pensamientos. Faustina se da cuenta que la desubicada es ella. No se trata de escribir ensayos para inventar, para tener estilo, para ser polémica, se trata de tomar las definiciones, los términos de los otros y hacer sobre ellos una pequeñísima variable.

Tiene que ir a la presentación del libro de una amiga. Sabe que no vale mucho la pena, que sería más cómodo quedarse hasta el final de la mesa, debatir un poco y volver a casa pero la curiosidad por lo que ya conoce, por lo que sabe que va a ocurrir la obliga a irse antes de tiempo, a meterse en un club de barrio, a avisarle a Laura que ya está llegando.

Hace tiempo que Faustina está un poco cansada de la cosa popular. No le gustan los barrios, la última vez que vivió en uno tenía nueve años y jamás quiso reincidir. No le gusta tener que pasar por un montículo de chicos en pantaloncitos cortos hasta encontrarse con Laurita nerviosa, semiborracha y con unas medias floreadas que no combinan con un vestido a rayas. Faustina no entiende qué le pasa porque Laura sabía vestirse y era bella pero ahora parece jugar a la adolecente, está inquieta, va de un lado a otro hasta que lee unos textos un tanto salvajes, desconcertantes que provocan algunas risas aunque Faustina no logra concentrarse, le molesta un poco un tipo pelado sentado detrás de ella que hace unos sonidos extraños.

El editor de Laura se le acerca a Faustina para hablarle de un manuscrito que le envió el año pasado. Sebastián, el editor está fascinado por esa novela, parece que se pasa hablando de su intriga y su trama y su estilo pero no está dispuesto a publicarla. “Me gusta como lector”, le dice, “pero como editor tengo otras urgencias”. Igualmente el muchacho asegura que se ocupa de enviársela a otros editores amigos, a ver se animan a la hazaña de publicarla.

Laura y Faustina no saben muy bien donde sentarse. No hay mucha gente, a decir verdad, el salón del club muestra enormes lugares vacíos pero las pocas mesas están ocupadas y ellas se acercan a una suerte de barra armada sobre el buffet del club donde despachan vinos y tartas. A Faustina todo le despierta desconfianza, los cocineros, los chicos que cantan, la chica que baila, la ceramista que les regala un potiche, los chicos que hacen un programa de radio. No es mala gente y allí hay algún que otro talento pero le parece que todo está mal armado, que pensaron en un show cuando hubiera sido más sencillo y más efectivo un encuentro entre amigos que leían sus cosas.

-También va a leer Franco– le murmura Laura con una sonrisa

-¿Franco?

-Franco, Franco Bender

- A, si, Franco

Laura la mira, Faustina sabe que está esperando una escena de nervios, cierta excitación pero Faustina está incómoda, cansada. Mira la hora y piensa en el tránsito, en cuando será más conveniente irse para llegar más rápido, en si tiene algo de comida en casa porque la de ahí, ni loca.

En eso ve que Franco se sienta junto a Sebastián en esa mesita diminuta con micrófono y comienza a leer la novela que Sebastián si va a publicar. El chico que ahora está un tanto peladito escribe muy bien y lee tal vez mejor. Se le ocurrió una idea estupenda de reescribir la biblia en clave gauchesca. Faustina piensa que la decisión de Sebastián no estuvo tan mal, que tal vez sea más interesante leer sobre las tetas de las vacas que sobre un preso político que se quedó olvidado en una cárcel de la dictadura y que se imagina personajes que lo van a rescatar. Tal vez lo que escribe Franco tiene más sentido, gusta, comunica más. Es probable que a ella nadie la entienda. Si es una desubicada. Si se le ocurren teorías descabelladas para entender el teatro. Si se pone a inventar allí donde nadie inventa nada.

- Que bueno que hayas terminado tu novela – le dice a Franco cuando se lo cruza entre una chica disfrazada de moulin rouge y algunos escritores cansados que salieron a fumar.

- A mi me sorprende que supieras que yo escribía

- Pero cómo no iba a saber- le responde Faustina mientras trata de recordar como fue todo con Franco, donde se conocieron, qué pasó en realidad entre ellos

- No hablabas mucho conmigo. Bueno, yo hablaba pero vos parecías estar en otra cosa

- ¿En serio? Qué raro. La verdad que me encantó lo que escribiste, hay estilo, hay riego, hay trabajo, no es literatura simple

- Vos te pensabas que yo era un boludo, ¿no? que escribía sobre el conurbano, boludeces, literatura menor

- No, ¿por qué iba a pensar eso?

- Porque eso es lo que pensás de los hombres en general, que somos básicos

- No, para nada, te estás confundiendo. Mirá, yo estoy un poco cansada, ya la escuché a Laura y con tu lectura, venir para acá valió la pena.Me voy a casa, es demasiada sociabilidad para mi

- Seguís igual que siempre

Faustina no sabía muy bien que contestarle porque no se acordaba prácticamente de nada. Imágenes sueltas. En el living de su casa, con Franco en algún bar pero no terminaba de armar la historia

- ¿Nos vemos mañana?

-¿Mañana?

- Te llamo, ¿tenés el mismo celular?

- Si, el mismo – Faustina no sabía que celular le había dado pero dejó que el destino decidiera por ella

-Te llamo

-Si, llamame

El jueves a la mañana la despertó un llamado de Franco

-¿Almorzamos en Oliverio?

- Bueno, dale

Faustina se sentía un tanto fascinada por la idea de no saber muy bien quien era Franco, de empezar a recordar de a poco, de sentir que se había metido en la vida de otra persona. Franco, por el contrario, se acordaba de todo.

- ¿Seguís dando clases?

-Si, como siempre. Es medio inevitable, es lo único fijo en la vida del escritor

- Lo único fijo en tu vida que no tiene nada fijo

-¿Perdón?

- Cambiaste el celular y no me dijiste, si no querías que nos viéramos me hubieras dicho, no Franco, mirá, prefiero quedarme en casa mirando una película o alguna de tus excusas ingeniosas pero no, me seguís tratando como a un boludo

- Pero si me llamaste y estamos acá

- Le pedí tu número a Laura, cuando llamaba al otro me contestaba un paseador de perros.

- Disculpame pero hace un montón que tengo este número, creí que vos …

- Que yo estaba dentro del grupo de hombres que te cogías mientras tenías este número pero no, soy de una etapa evolutiva inferior.

En ese momento Faustina se sintió mirada por todo el restaurante

-Sos gracioso – le dijo para distender pero Franco no estaba para chistes

-No estoy hablando en broma. Te pregunto en serio ¿qué es un hombre para vos?

- No sé, que se yo, ¿una persona?

- Te das cuenta, no te importa para nada lo que te estoy diciendo

- Si, me importa, me interesa, es muy interesante todo lo que me decís, me permite conocer mejor el alma humana. Explayate un poco más

-¿Para qué viniste? ¿Para qué aceptaste almorzar conmigo si está clarísimo que no te intereso, que no me ves como una persona pensaste, que te sorprendiste porque pude escribir un libro?

- Bueno, no sé , son muchas preguntas. Soy curiosa

- Ahí quería llegar. Lo tuyo con los hombres es mera curiosidad. Te parecemos una raza extraña, un otro un tanto exótico al que visitar como a una tribu maorí. Para vos estar con un hombre es algo similar a ir al zoológico

- No me gustan los animales

- ¿Y Los hombres?

- Bueno, Franco, estás haciendo muchas preguntas. Los hombres me gustan claro que si …

- Pero no por mucho tiempo. Vestite y andate es tu frase favorita ¿no?, lo arreglás todo con eso y ya está. Total, par qué otra cosa sirve un hombre

- Te escucho y me quedo fascinada. Es una forma poco convencional de conocerme a mi misma y es más interesante que la terapia. Seguí, ¿qué más? , ¿cómo soy?, ¿cómo fui con vos?, me da intriga

Pero Franco se levantó y se fue. Tiró la servilleta sobre la salsa y siguió gritando hasta que atravesó la puerta, hasta que pegó la cara contra el vidrio y le dijo algo más, con la boca deforme como un axolotl que pide salir de su pecera.

En eso llega un mensaje de texto de Sebastián. “Hasta recién estuve hablando con unos amigos sobre tu novela. No puedo dejar de pensar en lo que escribiste. Voy a seguir buscando editores para que se transforme en un libro.”

Faustina pidió la cuenta pero el mozo le dijo que no se preocupara, que Franco era amigo de la casa y ya volvería a pagar pero le pidió de forma elegante que se fuera porque Franco era un chico muy tranquilo y nunca, nunca en su vida lo había visto así. No quería que Faustina siguiera perturbando la paz del lugar y le dijo una vez más que se fuera, que no se enojara. “No es con vos, lo que pasa que no nos gustan estas cosas. Este no es un lugar para armar líos.”

Faustina se fue pero tuvo que soportar que todos la miraran como si fuera culpable y mientras volvía a su casa Faustina pensó que era culpable de una escena que Franco nunca imaginó protagonizar. Que el chico debía ser despreocupado y chanchero como tantos otros que son lindos y escriben y les va bastante bien en la vida pero ella, Faustina, lo arruinó todo.

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