martes, 3 de enero de 2017

Tarjetas de Navidad

25 de diciembre
Cambiar de piel es ponerse un vestido satinado y saber que la nieve será mi sepultura. No tengo hambre sino ganas de mentir.
He pintado la casa de blanco, hice del color una nueva escritura. Ahora soy azul aunque él no lo quiera. Vivo eternamente blanca como la nieve inglesa, como el pelo rubio de la muchacha que aceptó morir. Alguien dijo que soltaba un olor animal, que las cañerías guardaban un rumor de mandolinas y la noche apretaba su frío glacial en las ventanas.
Todos desangran trajes nuevos en navidad. Lo que no te gusta es mío ahora. Mis hijos azulados durmiendo mientras escribo. La mano congelada. Seré nuevamente yo después de mentirte. Callada, el silencio es él. Todos son sus cómplices. Cuando alguien abandona sabe que van a protegerlo. Confundir a una mujer con una máquina de escribir es un crimen. Dos días en soledad no sirven si todos festejan. Tengo que contar historias. El infortunio es una mesa de navidad sin sillas.
¿Por qué no quise cruzar el océano? ¿Por qué enfrentarme a la soledad después del diluvio, buscar refugio en quienes están de su lado? ¿Es una guerra esto? Ornamentos de una trinchera descansan entre las Xilografías azules.
Mi hija me da ánimo para soportar otro día de fiesta en el que no saldremos, en el que nadie vendrá. Ella es mi madre hoy. Mi tristeza la oscurece.
Llega para avisarme que la navidad no tendrá festejos. Es fácil esperar que los sueños se cumplan, jugar a que por un momento todo vuelve a ser como antes pero deja una estela negra y yo sé que nos olvidará cuando la navidad de sus primeras horas. Otras ocupaciones
los hijos, después de todo, son algo tan incandescente como el pasado para un hombre que escribe.
Yo no puedo escribir sino ocuparme de inventar la historia que le contaré a los otros para que el llanto sea sólo mío. La casa es un refugio que me ahoga.

Thomas
El rubio fantasma que cruza las paredes huele a menta. Lleva un cochecito desarticulado como si huyera de la Navidad, como si se tratara de una refugiada. Dos niños que no hablan . Ella extiende las capas de su abanico en el pelo trenzado y se le escapa una mirada entre el terciopelo y la piel de imitación que usa para celebrar las fiestas, para cambiar de envoltura, para poblar el silencio.
24 de diciembre
Nada puedo ver, la nieve es una placa de acero. He olvidado en que consiste dormir. El insomnio llama a la muerte ,entonces escribo. Entre la nieve y la vigilia, me encuentro. La noche me ha dejado conocerla y en sus contornos soy la que encuentra sangre en el papel pero el día todo lo disuelve y ellos dicen no.
Entender es comprimir en una mano lo que nunca estuvo.
Llega y toma una copa, el festejo queda allí más presente porque se ha ido y habrá otro encuentro. Correr hacia él es lo importante. Yo, una simple estación en la fervorosa vida de Londres. La rubia belleza resulta poco. Es aburrida y enferma, tiene hijos callados y escribe poemas incomprensibles. Podrán hablar de mi pero no vienen.
Las manzanas de mi casa de Devon ven llegar la luz. La nieve me entierra. Es tan difícil prepara el café, salir de compras, no resbalar en plena calle, saber la hora, reconocer una tarde de sol.
Mi pasado es tan espléndido. El invierno tiene un nombre y me ofrece batalla.
No puedo hacer de la navidad una fiesta , tampoco puedo golpear a la puerta de quien brinda con una bufanda negra. El remedio no llegará nunca, algo se ha roto. Las luces me dicen que no volveré a ser como ellos. La mano quemada no sabe de manjares, no preparará banquetes. La mano está para llenar el hambre con el crujido feroz del lápiz que no guarda clemencia.